Muchas de las novedades editoriales del año fueron escritas por mujeres. Lejos de modas y etiquetas, su valor está en el modo de contar de sus autoras.

Lograr un estilo propio trabajando con algo tan cotidiano como el lenguaje (m&aacute;s en los tiempos que corren, donde todo parecer&iacute;a haberse dicho) es un acto revolucionario. A pesar del intento de cierta cr&iacute;tica literaria en encorsetarlas dentro de la etiqueta &ldquo;escrito por mujeres&rdquo;, donde siempre se refuerza esa idea como central para poner todo lo dem&aacute;s en una especie de zona fuera de la literatura, estas escritoras argentinas se hicieron lugar entre las novedades de este a&ntilde;o (en un mercado editorial cada vez m&aacute;s adelgazado) y lograron con destreza marcial convertirse en las guardianas, no solo de su prisi&oacute;n sino tambi&eacute;n de toda otra donde quisieran encerrarlas.&nbsp;

Apenas pasados sus 30 a&ntilde;os y con m&aacute;s de siete libros publicados, Valeria Tentoni volvi&oacute; a sorprender con Furia diamante (de la editorial Leteo), un libro de relatos tan dislocados como inquietantes. Personajes arrasados por la soledad, que guardan en su interior una densidad a punto de explotar, y puestos en escenas donde se percibe hasta la respiraci&oacute;n de los objetos. As&iacute; como el psicoan&aacute;lisis asume que lo siniestro es una variante de la angustia cuando lo conocido se torna extra&ntilde;o, Tentoni logra esa incomodidad en el lector a partir de un distanciamiento preciso y sin estridencias. Situaciones de quiebre y deseos inconfesables. Tal como anuncia el t&iacute;tulo, ac&aacute; se combina la furia de la escritura con la exquisitez de la edici&oacute;n, que cuenta con ilustraciones de la artista chilena Javiera Hiault-Echeverr&iacute;a. Fuerza y sobriedad, en un objeto para atesorar.&nbsp;

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Hacer que un libro de cuentos sea atrapante y parejo de principio a fin es algo que solo pocos pueden. Por suerte, este a&ntilde;o Fernanda Garc&iacute;a Lao nos regal&oacute; El tormento m&aacute;s puro (Emec&eacute;), despu&eacute;s de haber descollado con sus &uacute;ltimas novelas. Rama espinosa del mismo &aacute;rbol geneal&oacute;gico de Clarice Lispector, su escritura no resiste el ejercicio quir&uacute;rgico de separar el contenido de la forma. Con cada libro arma un fest&iacute;n para la ficci&oacute;n que huye espantada de cualquier pretensi&oacute;n realista. Los relatos crujen de acuerdo a la l&oacute;gica de su propio universo y la autora se vuelve una m&eacute;dium que nos acerca ese mundo extra&ntilde;ado, mezcla de sue&ntilde;o y absurdo. La cita de Ted Hughes que abre el libro nos da la pista de lo que vendr&aacute;: &ldquo;Unas pocas palabras h&uacute;medas han transformado una &uacute;lcera de n&uacute;cleo amargo en algo delicioso&rdquo;. No hay dudas, las heridas punzantes que produce en el lector la escritura de Lao son algo tan doloroso como exquisito.&nbsp;

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El g&eacute;nero novela tambi&eacute;n trajo aire fresco a las bibliotecas. Entre una de las voces m&aacute;s potentes est&aacute; Mariana Komiseroff con Una nena muy blanca&nbsp;(Emec&eacute;). La historia hunde sus ra&iacute;ces en el barro del conurbano pobre, &aacute;spero y sin eufemismos. Una especie de realismo criollo. Tres mujeres, una madre y dos hijas, en un mundo donde los hombres aparecen solo como el eco de la violencia cotidiana.&nbsp; Las voces de los personajes son el punto m&aacute;s fuerte de esta novela, donde Komiseroff se&ntilde;ala las marcas del patriarcado no por correcci&oacute;n pol&iacute;tica sino porque est&aacute; en el ADN de su propia posici&oacute;n como escritora. Al mismo tiempo, hay algo que surca la trama como una flecha: la identidad como problema. Ser&aacute; por eso que se nos vuelve tan cercana, por esa cicatriz indeleble en la historia argentina que es un poco la de todos.

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Con una potencia l&iacute;rica que ya hab&iacute;amos conocido en su novela anterior, Leila Sucari no defrauda en Fugaz (Tusquets), un relato a contrapelo de todos los mandatos, centralmente del que presenta a la maternidad como idilio. &ldquo;Apenas lo vi me dio asco&rdquo;, dice la protagonista en el comienzo para despu&eacute;s encarar el camino de un deseo por fuera de toda l&oacute;gica de la productividad, incluso cuando ese camino es dif&iacute;cil de digerir para una sociedad que todav&iacute;a tiene el cuerpo de las mujeres como reh&eacute;n.&nbsp; Im&aacute;genes on&iacute;ricas para narrar el devenir de una madre en mujer, el camino inverso de lo que indica la norma. Mucho m&aacute;s all&aacute; de lo que la medicina define como depresi&oacute;n postparto, Sucari construye una maternidad salvaje y plagada de contradicciones. &quot;El mundo nos obliga a ir contra nosotras mismas&quot;, dice la protagonista y el lector ya se pone de su lado.&nbsp;

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Y si de experimentaci&oacute;n con el lenguaje se trata, Vikinga Bons&aacute;i (Eterna Cadencia) de Ana Ojeda tensa todos los l&iacute;mites de lo conocido. Poblada de jergas, t&eacute;rminos inclusivos y hasta hashtags, la historia cabalga en una prosa dislocada que sacude el sill&oacute;n de la comodidad. La protagonista cuida de un hijo que se llama &ldquo;Peque&ntilde;a Monta&ntilde;a&rdquo; ante la ausencia de su compa&ntilde;ero, nombrado como &ldquo;Maridito&rdquo;. Un grupo de amigas se suman al ritual de afectos tan tragic&oacute;micos como sororos. Ojeda explora al m&aacute;ximo lo intertextual, obligando al que lee a saltar de una referencia publicitaria a un cl&aacute;sico de la literatura argentina, confirmando que el lenguaje est&aacute; m&aacute;s vivo que nunca y en pugna por un mundo m&aacute;s amplio.

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El a&ntilde;o cerr&oacute;, adem&aacute;s, con tres escritoras argentinas premiadas en el exterior. Mariana Enr&iacute;quez gan&oacute; el Herralde de novela; Mar&iacute;a Gainza recibi&oacute; el Sor Juana In&eacute;s de la Cruz 2019 de la Universidad Aut&oacute;noma de M&eacute;xico y Selva Almada fue galardonada con el First Book del Festival del Libro de Edimburgo, Escocia.&nbsp;

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Fotograf&iacute;a: Celta Bar.&nbsp;

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