Hablar del pelo es explorar el cuerpo y su representaci&oacute;n en el tiempo.

El pelo es el elemento esencial de la mise en sc&egrave;ne de una misma. Ac&aacute; hay marca de g&eacute;nero, pero luego habla de virilidad.&nbsp; &ldquo;una misma&rdquo; me choc&oacute;. Su capacidad de significar es infinita: desde la feminidad hasta la negligencia, no es indiferente ni a la virilidad ni a la moda. Hasta el 17 de septiembre, el Museo de Artes Decorativas de Par&iacute;s presenta Des cheveux et des poils, una exposici&oacute;n dedicada al universo del pelo en Occidente: peinados, postizos, bigotes, barbas, tinturas, trenzados, vello facial y p&uacute;bico se exploran a trav&eacute;s de m&aacute;s de 600 obras y material de archivo que abarca los &uacute;ltimos cinco milenios&rdquo;. Desde el sentido de una trenza hasta la historia que esconde una peluca y los grandes nombres del longevo oficio de peinar. El curador Denis Bruna, jefe del departamento de Moda y Textil del Museo, se pregunta qu&eacute; hemos hecho como especie a lo largo del tiempo con la pilosidad de nuestros cuerpos.&nbsp;
Hablar del pelo es intimar con la historia y dejarse enredar en ella.&nbsp; &iquest;Qu&eacute; hilos tejen el pelo y la moda a lo largo de los siglos? &iquest;Qu&eacute; dice un cuerpo lampi&ntilde;o sobre la identidad? &iquest;Y uno peludo?&nbsp; Sumergirse en los detalles de una cabellera infinita resulta fascinante. Aprendemos datos curiosos sobre habilidades de ayer y de hoy, con sus figuras emblem&aacute;ticas como L&eacute;onard Autier, peluquero favorito de Marie-Antoinette, o Sam McKnight, el de la princesa Diana. Grandes nombres de la moda como Alexander McQueen, Martin Margiela o Josephus Thimister est&aacute;n presentes con sus experimentaciones con el pelo como material.

Los hombres medievales ten&iacute;an la obligaci&oacute;n de ser imberbes, hasta que en 1520 irrumpi&oacute; la fuerza de la barba, s&iacute;mbolo de coraje. A principios del XVI, los tres grandes monarcas de Occidente eran j&oacute;venes con barbas guerreras: Francisco I, Enrique VIII y Carlos V. Sin embargo, desde la d&eacute;cada de 1630 hasta finales del siglo XVIII, el rostro sin vello y la peluca se convirtieron de nuevo en la carta de presentaci&oacute;n del hombre de la corte. Reci&eacute;n a principios del S XIX el bigote, las patillas y la barba vuelven al ruedo; no hay dudas de que fue siglo m&aacute;s peludo de la historia. Los h&iacute;psters a finales de los 90 resucitaron la profesi&oacute;n de barbero, olvidada desde la d&eacute;cada de 1950. Y de a poco, hoy las barbas espesas le van dejando paso al bigote.
El pelo nos acerca a los animales, pero tambi&eacute;n nos aleja de ellos. No es lo &uacute;nico en cualquiera de los dos casos. Por eso, para las culturas grecorromana y judeocristiana era muy importante intentar dominarlo. En la pintura antigua, por ejemplo, la pilosidad est&aacute; completamente ausente, acaso una manera de mostrar superioridad frente a las bestias.

Por supuesto que la calvicie tambi&eacute;n es una parte del pelo, un declive implacable que impone sus reglas de salvataje. Louis XIV, que se qued&oacute; pelado muy joven, adopt&oacute; la peluca conocida como cheveux vifs (pelo vivo) que impuso en la corte. En el siglo XX, a Andy Warhol le pas&oacute; lo mismo y la peluca que llevaba para ocultar su calvicie se convirti&oacute; en un &iacute;cono del artista.
Desde finales de la Edad Media hasta nuestros d&iacute;as, recorrer la historia del peinado es pensar sobre la nuestra como especie. "Domar al animal que llevamos dentro", dice Denis Bruna: &ldquo;La pilosidad es una caracter&iacute;stica que el ser humano comparte con casi todos los mam&iacute;feros, y esta cercan&iacute;a no est&aacute; exenta de cierta incomodidad. La &uacute;nica manera de escapar de este estado animal es domesticarla, entrenarla, domarla&rdquo;.

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