Cuatro libros para acompa&ntilde;ar este fin del invierno.

Mi meteorito, del artista Harry Dodge, es un libro amorfo, efervescente de ideas. Dodge toma la imagen de un meteorito que se compra por eBay como el centro gravitacional de una serie de reflexiones sobre el cuerpo, las m&aacute;quinas y la inteligencia artificial, la muerte, la identidad, las relaciones familiares, el arte y la comunicaci&oacute;n. En definitiva, una constelaci&oacute;n de preguntas en torno a qu&eacute; significa estar vivo. Dodge nos pasea por sus primeros sentimientos sobre ser adoptado, la b&uacute;squeda vacilante de su madre biol&oacute;gica, sus incursiones en la escena queer de San Francisco. Sus experiencias est&aacute;n siempre tamizadas por un intelectualismo apasionado que busca las conexiones entre todas las cosas. Ninguna pregunta es demasiado peque&ntilde;a, ninguna coincidencia es tal: Dodge va buscando patrones que le den alguna pista sobre su lugar en el universo. Atraviesa la enfermedad y la muerte de sus padres adoptivos como se atraviesa un portal: &ldquo;Sigue sin enfriarse, quiero que se enfr&iacute;e, como mi mam&aacute; se enfri&oacute;, el fr&iacute;o es la forma de comprobar que la transferencia ocurri&oacute;&rdquo;. Aunque no es un tema central en el libro, Dodge tambi&eacute;n ofrece algunos destellos de su experiencia como hombre trans: &ldquo;Despu&eacute;s de mucho tiempo, por primera vez, acalorado, decido quitarme la camisa fuera de casa. Dos cicatrices me recorren el pecho, son asunto m&iacute;o. &iquest;Acaso no esper&eacute; toda la vida la posibilidad de trabajar al sol con el torso desnudo?&rdquo;. Mi meteorito es una lectura conmovedora, donde cualquier tema sirve de excusa para pensar la potencia de los ensamblajes, de pensarnos en comunidad con todo lo que existe. Como hacia el final del libro, cuando Dodge tiene una charla con su hijo en donde le cuenta que hay m&aacute;s bacterias en el cuerpo humano que carne o tejido: &ldquo;Wow, dice &eacute;l, tendr&iacute;amos que decir nosotros en vez de yo. Esta oraci&oacute;n, que me emociona, viene curiosamente reforzada con sonidos, por un concierto de cigarras y grillos a lo lejos. Exactamente, le digo&rdquo;.
Chai Editora

Mi meteorito, Harry Dodge

Esta historia sobre un veterano de guerra que obtiene una licencia para tocar el organillo por las calles de Viena es un balde de agua fr&iacute;a. Cruda y bellamente escrita, tiene enormes resonancias en la Argentina actual, golpeada por la crisis econ&oacute;mica. La traducci&oacute;n rioplatense de Daniela L. Campanelli ayuda a acercar el texto, publicado originalmente hace casi 100 a&ntilde;os, a nuestros d&iacute;as. Pero lo que vuelve a esta novela de 1924 tan vigente tiene m&aacute;s que ver con la manera en que indaga en la crueldad de la burocracia estatal, que deja a los m&aacute;s vulnerables a un paso del abismo: &ldquo;Cu&aacute;ntos de los suyos esperaban el invierno temblando, como arbustos solitarios y d&eacute;biles, sabi&eacute;ndose abandonados y condenados a muerte y, sin embargo, sin fuerzas para suicidarse y as&iacute; adelantarse al destino que lentamente los aniquilaba&rdquo;. Andreas Pum, el h&eacute;roe (aunque ser&iacute;a m&aacute;s preciso decir v&iacute;ctima), comienza su recorrido &ldquo;feliz con el devenir de las cosas&rdquo;, conf&iacute;a en Dios, en que el gobierno est&aacute; para cuidarlo y que el mundo est&aacute; regido por un orden moral. Hasta que una serie de infortunios casi absurdos rompen esa fe que parec&iacute;a inquebrantable. Una novela por momentos desoladora que sin embargo no se queda en el melodrama de la pena y, en cambio, enfatiza el poder del enojo: &ldquo;una mente indignada es capaz de parir una revoluci&oacute;n en treinta segundos&rdquo;.
Ediciones Godot

La rebelión, Joseph Roth

Ellos es una obra corta e impresionista, con escenas y paisajes que se repiten, creando un clima tenso y claustrof&oacute;bico. Publicada originalmente en 1977, esta suerte de distop&iacute;a gira en torno a un grupo de artistas que se resguardan de una amenaza incierta, &ldquo;ellos&rdquo;, que persiguen y castigan todas las manifestaciones de arte. Los personajes parecen disolverse en sus entornos, son como voces incorp&oacute;reas que buscan resistir por medio de la memoria, se incentivan a recordar &ldquo;hasta el m&aacute;s m&iacute;nimo detalle&rdquo; porque &ldquo;todo lo que sabes te protege&rdquo;. En el trazado de este mundo hostil hacia la sensibilidad art&iacute;stica, Kay Dick termina explorando de qu&eacute; est&aacute; hecha y dibuja un espectro m&aacute;s amplio en donde tambi&eacute;n est&aacute; incluida la sensibilidad hacia la naturaleza y la sofisticaci&oacute;n emocional. &ldquo;El espectro crom&aacute;tico de las rosas provocaba un despilfarro de exuberante sensualidad. El calor, el aroma y los colores relajaban cada nervio de mi cuerpo&rdquo;, escribe. El paisaje paradis&iacute;aco de la costa brit&aacute;nica en donde est&aacute; situada la historia es igual o m&aacute;s protagonista que los artistas. De hecho, los paisajes frecuentemente son descritos como obras de arte: &ldquo;De la superficie del mar emerg&iacute;an penachos de olas espumosas, como pintura fresca&rdquo;. Por eso en sus misteriosos &ldquo;retiros&rdquo; para curar artistas, &ldquo;ellos&rdquo; inculcan el miedo al mundo exterior. Privando a las personas del est&iacute;mulo de la naturaleza &ldquo;se garantiza una r&aacute;pida aclimataci&oacute;n a la p&eacute;rdida de la identidad&rdquo; dice uno de los personajes. Y aunque nunca queda del todo claro qui&eacute;nes son &ldquo;ellos&rdquo; y cu&aacute;les son sus m&eacute;todos, es precisamente ese esbozado tan vago lo que los vuelve m&aacute;s escalofriantes, como la sombra de un mu&ntilde;eco en un cuarto oscuro. En definitiva, la mayor potencia de Ellos est&aacute; en todo lo que oculta.
Fiordo Editorial

Ellos, Kay Dick

Como contrapunto a El libro de las diatribas, Vinilo Editora ahora lanza este ramo de elogios a objetos at&iacute;picos porque claro, qu&eacute; gracia tendr&iacute;a elogiar algo universalmente elogiable como el olor a jazm&iacute;n o la milanesa con pur&eacute;. No, ac&aacute; se elogian cosas y conceptos tan diversos como la televisi&oacute;n, las salas de espera, las corbatas y las malas traducciones. Ah&iacute;, cada autora o autor encuentra un nido para lo particular, para el hallazgo en forma de m&aacute;xima: &ldquo;El que viaja en avi&oacute;n y no aprovecha para llorar es un tarado&rdquo;, escribe la actriz Valeria Lois en un ensayo genial &ldquo;a favor del llanto&rdquo;. El dramaturgo Santiago Loza hace un altar triste para los televisores: &ldquo;En los internados, en las salas de hospital, en los cuartos de moribundos, cuando se acaban las palabras, cuando queda poco y nada por decir, se mantiene la televisi&oacute;n prendida, ah&iacute;, ocupando el lugar del consuelo&rdquo;. Como todos los libros de Vinilo, este se puede leer en un viaje de subte y cuando el altavoz anuncie nuestra parada, habremos hecho nuestra propia odisea: ya no podremos decir que sobre gustos no hay nada escrito. 
Vinilo Editora

Lecturas de invierno

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