Cuatro lecturas para acompa&ntilde;ar el oto&ntilde;o.

&ldquo;Es bueno vivirlo de nuevo&rdquo; canta Billie Holliday sobre el oto&ntilde;o de Nueva York. Una estaci&oacute;n que pone en relieve la impermanencia: c&oacute;mo todo se marchita, se despoja, muere; una estaci&oacute;n melanc&oacute;lica, &ldquo;mezclada con dolor&rdquo;, canta Billie. Y a la vez, llena de belleza: con su escala de rojos y amarillos intensos, hojas que crujen a nuestro paso. El oto&ntilde;o demanda nuestra atenci&oacute;n. Para acompa&ntilde;arlo, recomendamos cuatro lecturas que trabajan con la p&eacute;rdida, la belleza y el paso del tiempo.

Peque&ntilde;o tratado sobre la amistad, de Joana D&rsquo;Alessio (Buenos Aires, 1977) es un libro peque&ntilde;o e incisivo sobre caminar y pensar con amigas. Tres elementos que se juntan para traer un poco de consuelo en el contexto de la cuarentena por la pandemia. Clasificar el dolor para apaciguarlo: &ldquo;dale, desglos&aacute;, vamos a separarlo en cositas&rdquo;, dice una de estas amigas. Cada una es una especie distinta para Joana, una bot&aacute;nica amateur apasionada de los herbarios: Flora es el espino de fuego, Gabriela lirios blancos, Julieta ojos negros. Esta manera de ver y de nombrar los afectos encuentra una resonancia en el amor de la autora por las plantas. Aparece la idea de cuidado, de cuidarse con sus amigas como cuida a sus plantas, de un amor expansivo e interespecie, una cosa rara y delicada que hay que atesorar. Tambi&eacute;n, por supuesto, hay una puesta en valor de la amistad entre mujeres, que hasta hace poco se pensaba exclusivamente como un v&iacute;nculo complementario a la pareja. Joana forma parte de una generaci&oacute;n que se est&aacute; deshaciendo de esa vieja estructura: &ldquo;nos tratamos la una a la otra con todo el romanticismo que una amistad puede resistir&rdquo;. Son amistades intensas, polis&eacute;micas, que se reh&uacute;san a ser domesticadas. Una amiga no siempre nos dice lo que queremos escuchar. Ah&iacute; es donde se vuelve tan potente la figura de la conversaci&oacute;n: el pensar de a dos. &ldquo;Este libro es una reflexi&oacute;n en movimiento sobre decir, escuchar y ser escuchada&rdquo;, escribe la poeta y traductora Laura Wittner. En esa &ldquo;reflexi&oacute;n en movimiento&rdquo; la ciudad de Buenos Aires es un personaje con su propio discurso: sus calles, su entramado de especies urbanas, parques con la huella de Carlos Thays, nuestro hist&oacute;rico paisajista. La mirada de Joana se posa sobre todo lo vivo con curiosidad y dulzura, con ganas de verlo, de existir con, de no dar nada por sentado: detener el o&iacute;do para una amiga, cocinarle berenjenas cuando est&aacute; triste, entrar los malvones cuando llueve.
Vinilo Editora

Pequeño tratado sobre la amistad, Joana D’Alessio

Los cuentos de La paciencia del agua sobre cada piedra, de Alejandra Kamiya (Buenos Aires, 1966), son peque&ntilde;os mundos llenos de silencios, amores, duelos, extra&ntilde;eza, despedidas. Resquicios en la cotidianidad que hacen lugar para lo trascendente. En el paseo diario con su cuidadora, un grupo de perros reflexiona sobre la repetici&oacute;n en sus vidas, la memoria, la muerte: &ldquo;Rawson sabe lo que va a ocurrir y de repente piensa que eso es bueno. Levanta la cabeza, reconoce los olores, sabe que los &aacute;rboles van a perder sus hojas y ya no va a haber cotorras sino otros p&aacute;jaros&rdquo;. Los animales son protagonistas en muchos de los relatos. En el di&aacute;logo trunco con otras especies, Kamiya encuentra un lugar propicio para la literatura: para especular, pensar esa otredad, nuestras proyecciones y lo que dicen de nosotros. En otro cuento, una mujer sopesa la decisi&oacute;n de adoptar un perro, &ldquo;soy vieja, no puedo&rdquo;, dice, pero en su mente recorre las historias de todos los perros que am&oacute; y aparece, como un destello, la posibilidad de un perro como &ldquo;un lugar bueno&rdquo;. Los cuentos de Kamiya est&aacute;n llenos de esas revelaciones, momentos epif&aacute;nicos en donde los personajes acceden brevemente a una verdad: &ldquo;y es curioso, pero la mirada, cuanto m&aacute;s alejada y m&aacute;s perdida, m&aacute;s parece acercarse al centro de algo&rdquo;. En uno de los cuentos m&aacute;s brillantes, una mujer encuentra &ldquo;un alivio triste&rdquo; en un d&uacute;o de m&uacute;sicos que toca en una confiter&iacute;a y va a escucharlos para entrever una posibilidad que no puede terminar de nombrar: &ldquo;y espero como esperan los &aacute;rboles en oto&ntilde;o, hasta que surge la punta atrevida de un brote&rdquo;. En el cuento m&aacute;s largo -y quiz&aacute;s m&aacute;s conmovedor- de la colecci&oacute;n, una mujer acompa&ntilde;a la enfermedad de su madre, que en su declive se vuelve por momentos irreconocible: &ldquo;todos nos derramamos sobre aquellos que han quedado a nuestro lado&rdquo;, reflexiona. Esa p&eacute;rdida en c&aacute;mara lenta la lleva a apreciar incluso los aspectos m&aacute;s oscuros de esa madre y encontrar una forma de vincularse con lo que queda de ella.
Eterna Cadencia Editora

La paciencia del agua sobre cada piedra, Alejandra Kamiya

&ldquo;El polvo de las hojas y de los tubos de escape se arremolina a nuestro alrededor. Es un d&iacute;a templado, nublado, con los colores de oto&ntilde;o, y ahora que lo pienso, es Halloween&rdquo;, escribe Julie Hayden (Nueva York, 1939) en un cuento sobre el paseo de una mujer con su sobrino peque&ntilde;o, Charlie. Como Bette Howland, Hayden es otro hallazgo reciente del mundo editorial: escribi&oacute; principalmente durante los a&ntilde;os setenta y muri&oacute; muy joven a comienzos de los ochenta. Public&oacute; un &uacute;nico volumen, Las listas del pasado. Estuvo a&ntilde;os agotado hasta que fue re-descubierto en parte gracias a una lectura de la escritora Lorrie Moore para un p&oacute;dcast de The New Yorker, donde Hayden trabaj&oacute; durante quince a&ntilde;os. En esta primera traducci&oacute;n al espa&ntilde;ol, a cargo de In&eacute;s Garland, nos encontramos con una autora sumamente inusual que escribe como tejiendo telara&ntilde;as: leitmotivs, voces y perspectivas que va hilando en un complejo entramado. Sus cuentos tienen muchas capas y se relacionan entre s&iacute;. En su prosa despojada hay mucho lugar para las im&aacute;genes, que resplandecen de sensorialidad: &ldquo;su lastimera sirena de partida, m&uacute;sica para los huesos&rdquo;, &ldquo;el aroma a casta&ntilde;as asadas asciende como un incienso&rdquo;. La jardiner&iacute;a, la enfermedad y la muerte aparecen recurrentemente. &ldquo;Las p&eacute;rdidas imborrables y la belleza natural de la vida est&aacute;n &iacute;ntimamente entretejidas&rdquo;, escribe S. Kirk Walsh en el pr&oacute;logo. Hayden es tambi&eacute;n una exquisita observadora de todo lo humano, condensando emociones complejas en frases cortas y conmovedoras: &ldquo;&iquest;alguna vez quise tanto a una persona que hasta su ropa me parec&iacute;a sagrada?&rdquo;. En varios de sus cuentos hay adem&aacute;s una aguda conciencia ambiental que parece adelantarse a su tiempo, con personajes que denuncian los efectos del DDT o expresan su frustraci&oacute;n ante el da&ntilde;o irreparable a los lugares que aman: &ldquo;Van a inundar este valle para hacer otro embalse. La gente no va&nbsp; dejar de reproducirse y propagarse. En cinco a&ntilde;os no vas a reconocer este lugar&rdquo;. En definitiva, algo que recorre todos los cuentos es una mirada melanc&oacute;lica frente al paso del tiempo, como algo irreconciliable: &ldquo;no hay nada art&iacute;stico en la muerte, que es el final de todos los cuentos&rdquo;. Pero hay belleza en la postergaci&oacute;n: hacer listas, pasear con Charlie, plantar jacintos.
Mu&ntilde;eca Infinita Editorial

Las listas del pasado, Julie Hayden

En Una m&uacute;sica futura, de la chilena Mar&iacute;a Jos&eacute; Nav&iacute;a (Santiago, 1982), tambi&eacute;n hay un cuento sobre una mujer que pasea ni&ntilde;os durante una tarde de Halloween. Pero claro, ya no son los a&ntilde;os setenta: muchos de los cuentos de Nav&iacute;a tienen un trasfondo dist&oacute;pico que ya es recurrente en la ficci&oacute;n contempor&aacute;nea. Mundos que est&aacute;n a dos pasos del nuestro, donde las mismas tecnolog&iacute;as y problem&aacute;ticas con las que convivimos a diario son llevadas un poco m&aacute;s all&aacute;. Pero estos cuentos no son un Black Mirror lationoamericano, el foco de Nav&iacute;a no est&aacute; en ese afuera aterrador sino en lo que les pasa a los personajes inmersos en esos mundos. La m&uacute;sica del futuro es la m&uacute;sica de fondo para contar los dilemas cotidianos de personas que est&aacute;n tristes, insatisfechas, que tienen v&iacute;nculos complejos con esa realidad que les toca vivir. En uno de los cuentos, una chilena hace su doctorado en Estados Unidos y trabaja de ni&ntilde;era para sobrevivir. El recuerdo pregnante de un tiroteo en la universidad donde trabaja perturba sus d&iacute;as y su noci&oacute;n del &ldquo;futuro&rdquo; en ese lugar. Las pesadillas del sue&ntilde;o americano, que &ldquo;tra&iacute;a un respeto por el espacio privado que lindaba con el total desapego&rdquo; empiezan a atormentarla. &ldquo;Se van a dormir temprano porque son el futuro y el futuro tiene que estar descansado&rdquo;, dice sobre los ni&ntilde;os que cuida. Otro cuento tambi&eacute;n trabaja con la idea de los ni&ntilde;os como s&iacute;mbolo de un futuro que en cierto sentido est&aacute; &ldquo;perdido&rdquo;, en este caso a trav&eacute;s de una pareja que se siente acorralada por el imperativo de tenerlos: &ldquo;Fueron llegando a destiempo. Ellos, los hijos. Para algunos, muy j&oacute;venes y en modalidad sorpresa&rdquo;. Para esta pareja, el &ldquo;reloj biol&oacute;gico&rdquo; es una especie de jaula que los arroja en un limbo existencial para los dem&aacute;s: &ldquo;si no son padres, &iquest;qu&eacute; son?&rdquo;, parecieran decir sus amigos. La presi&oacute;n social los hace recurrir a una aplicaci&oacute;n que les permite alquilar ni&ntilde;os para &ldquo;probar&rdquo; ser padres por un d&iacute;a, una experiencia dulce-amarga que los confunde a&uacute;n m&aacute;s sobre su deseo.&nbsp; &ldquo;Uno se desv&iacute;a del camino amarillo y lo entiende todo&rdquo;, dice la narradora de otro cuento, en un juego con El mago de oz que podr&iacute;a funcionar como s&iacute;ntesis po&eacute;tica del libro: desviarse del camino para verlo. 
Editorial Marciana

Lecturas de otoño

Entradas recomendadas

Food

Nueva experiencia

Belleza

Perfumes High Tech

Moda

Pulso contemporáneo

Arte y cultura