El misterio dentro del misterio de una foto, el instante en que una escena ef&iacute;mera se vuelve ic&oacute;nica. Retratos memorables de Spinetta.

As&iacute; como hay una compulsi&oacute;n a querer saber cu&aacute;ndo fue la primera vez que escuchamos a un artista que se volvi&oacute; demasiado importante en nuestra educaci&oacute;n sentimental, lo mismo pasa con la primera vez que lo vimos, sobre todo en el pop y la cultura rock que est&aacute;n hechos de imagen y sonido desde el minuto cero (&iquest;cuando Elvis decidi&oacute; te&ntilde;irse el pelo de negro azabache?). Y para los ni&ntilde;os de la televisi&oacute;n es posible que esa imagen (ni siquiera el momento de constatar su presencia en vivo) haya sido en movimiento y en blanco y negro lo que refuerza su recuerdo como pura fotograf&iacute;a. As&iacute; es que al segundo de escuchar las notas gotas de cristal del piano el&eacute;ctrico de Diego Rapoport y la respiraci&oacute;n antes de entonar aquello de &ldquo;Ella tambi&eacute;n&hellip;&rdquo; (toda la lengua spinettiana estaba ah&iacute;; la &ldquo;ll&rdquo; como &ldquo;sh&rdquo; y esas &ldquo;e&rdquo; deslizadas en tobog&aacute;n) aparece esa imagen primigenia. Y no hay captura de pantalla, es una foto mental fija y abstracta. Spinetta en un festival circa 1982 con la guitarra Ovation (todo lo que se pod&iacute;a aprender solo de ver las publicidades de revista Pelo) y ese momento en que las canciones de Kamikaze (su tercer o cuarto disco solista seg&uacute;n se considere Artaud, el disco) llegaron justo con la guerra y el miedo ni&ntilde;o de atravesar el portal del dios de adolescencia. Es posible que hubiera visto otras fotos suyas antes, pero si tengo que pensar en una foto de Spinetta no es otra que un momento de un televisor Philco naranja superpop atravesado por las interferencias de una se&ntilde;al que la antena nunca terminaba de captar del todo. La memoria dicta una cabeza como de licuadora, rara, el pelo muy corto, los gestos del cantor: una se&ntilde;al&eacute;tica de lo inaudito.&nbsp;

"Lo que est&aacute; y no se usa nos fulminar&aacute;".

El retrato de Luis de la c&aacute;mara c&oacute;mplice de Eduardo Dylan Mart&iacute; que ilustra esta doble p&aacute;gina es anterior en la cronolog&iacute;a (1974), fue tomado con un rollo de 35 mil&iacute;metros y la locaci&oacute;n es un hotel de Santa Fe, en gira con Invisible, la tercera de sus &ldquo;bandas eternas&rdquo;, la m&aacute;s inaprensible, al punto que hasta en ese V&eacute;lez en el que se peregrin&oacute; como a Ezeiza (pero sin pelear por un lugar en el palco) el tr&iacute;o parec&iacute;a en 2009 reci&eacute;n bajado de un OVNI. Mart&iacute; le puso nombre, como se le ponen nombre a las pinturas, las pel&iacute;culas y tambi&eacute;n a las fotograf&iacute;as cuando se escapan del documento. Y este retrato se llama &ldquo;Los enseres del emperador&rdquo; y es un Luis tan pret&eacute;rito como futuro. Parece captado en un set surrealista de 1927 (un atleta afectivo de Artaud, el poeta) o en una secuela todav&iacute;a no imaginada, 3035, de Star Wars. Pero se ve que Mart&iacute; vio todav&iacute;a m&aacute;s atr&aacute;s cuando revel&oacute; el resultado del disparo, del clic: &ldquo;Esa fue una noche de insomnio en una gira con Invisible, en un hotel de Santa Fe, al amanecer. Eramos dos personas muy molestas, tanto &eacute;l como yo, and&aacute;bamos jodiendo a todo el mundo que quer&iacute;a dormir y en un momento vimos un carro de limpieza con todos sus enseres. Y ah&iacute; nom&aacute;s Luis se disfraz&oacute;, se puso el tacho en la cabeza y agarr&oacute; esa m&aacute;quina de flit. &iexcl;Es rar&iacute;sima la foto! Parece un dios egipcio&rdquo;.
Entonces, quiz&aacute;s, uno hubiera preferido quedarse con su interpretaci&oacute;n meditada y no el sobresalto de esta travesura que nos pone, por suerte, frente al Luis terrestre, de ese humor de Manzana Loca que aparec&iacute;a, sobre todo, en los di&aacute;logos con su p&uacute;blico, casi una feligres&iacute;a. Ah&iacute; est&aacute; de nuevo, este que se puso un balde en la cabeza, haciendo flexiones de brazos en medio de la presentaci&oacute;n de Bajo Belgrano (Spinetta Jade) en el Coliseo.&nbsp;

Pero la imagen tiene independencia y aunque no se supiera nada de Luis aqu&iacute; se entiende todo. El visionario no podr&iacute;a ver demasiado lejos tras esa ventana de fibra de vidrio que oculta antes que transparentar, pero sus ojos perforan: &ldquo;Lo que est&aacute; y no se usa nos fulminar&aacute;&rdquo;, ya hab&iacute;a escrito o estaba a punto de escribir. Se ha compuesto el vestuario como en un collage, de ah&iacute; que la filiaci&oacute;n surrealista sea ineludible, con el balde de sombrero tipo Fez y una remera blanca en el sitio del turbante. El tubo de flit (casi una curiosidad arqueol&oacute;gica) que sostiene como catalejos antes que como bast&oacute;n de mando, espada o rifle o ni siquiera lo que es, un insecticida fabricado por Standard Oil para combatir moscas y mosquitos (el blues de Santa Fe). Spinetta es aqu&iacute; un asceta dispuesto a convivir con todas las especies (un emperador m&aacute;s piadoso que el jardinero de Pescado Rabioso) y a no echar flit a nada que no sea lo ordinario (por eso en la foto lo ordinario, los enseres, transmutan en los trapos de un viejo dios egipcio).&nbsp;
Se hace visible c&oacute;mo Mart&iacute; es capaz de tallarlo antes que retratarlo. La curvatura de los p&oacute;mulos, el hueso de la nariz que es l&iacute;nea, el hueco en el estern&oacute;n flaco del flaco, desnudo y cubierto apenas por un chaleco y una manta, la pierna que se adivina compacta y ese pie abigarrado haciendo de pinza sobre algo que bien podr&iacute;a ser el misterio dentro del misterio que es esta foto.&nbsp;
O no. Quiz&aacute;s esta haya sido la mejor forma de foto para documentar a Luis. La foto carnet del vanguardista popular, del hombre Invisible (&ldquo;quisiera ser el hombre invisible&rdquo;, le dice ese mismo a&ntilde;o Borges a la impar entrevistadora uruguaya Mar&iacute;a Esther Gilio), del que en siete u ocho a&ntilde;os ser&iacute;a transmitido por un set de exteriores de ATC tocando la guitarra Ovation, acompasada por el piano Rhodes, diciendo dos palabras imborrables en su pronunciaci&oacute;n, en su cadencia: ella tambi&eacute;n. Y as&iacute; la primera imagen de Spinetta archivada como un jpg mental, que (por ahora) no es posible descargar, postear, viralizar, meter en el circuito de la cultura digital.&nbsp;

Con 300 fotograf&iacute;as que van de los a&ntilde;os 60 hasta el siglo XXI, el libro Spinetta, fotograf&iacute;as de Eduardo Mart&iacute; es la colecci&oacute;n m&aacute;s ambiciosa de im&aacute;genes del l&iacute;der de Almendra, Pescado Rabioso, Invisible y Spinetta Jade y el solista que puso al rock argentino en el umbral del gran arte. Esta edici&oacute;n limitada de 900 ejemplares es un joint venture entre la editorial Vadem&eacute;cum y Sonamos, el emprendimiento discogr&aacute;fico de Juana Molina. El trabajo de Mart&iacute; es el archivo de una vida compartida con Spinetta y le llev&oacute; cinco a&ntilde;os de revisi&oacute;n para dar con las mejores fotos que muestran el paso del tiempo entre la revelaci&oacute;n del joven poeta de bajo Belgrano y el artista masivo y a la vez de culto que congreg&oacute; a tres generaciones para despedirse de sus bandas eternas en la memorable y larga noche del 4 de diciembre de 2009.&nbsp;

Los enseres del emperador

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