De su banda Escalandrum con la que ya lleva veinti&uacute;n a&ntilde;os, hasta su abuelo famoso y su abuela pintora. Pipi Piazzolla rodeado de historias.&nbsp;&nbsp;

Para <a href="https://www.instagram.com/piazzollapipi/">Daniel </a><a href="https://www.instagram.com/piazzollapipi/">Pipi</a><a href="https://www.instagram.com/piazzollapipi/"> Piazzolla</a> es una ma&ntilde;ana distinta en su luminosa casa en la frontera entre Belgrano y Coghlan. Acostumbrado a tener que dar respuestas sobre la m&uacute;sica y lo que le toc&oacute; compartir con su abuelo, este hombre de jogging y remera del jazzman Art Blakey dice que esta es la primera vez que alguien se sienta para entrevistarlo y quiere saber sobre Ded&eacute; Wolff, su abuela, madre de Daniel y Diana y primera esposa del famoso compositor que llev&oacute; el tango al estatus de m&uacute;sica cl&aacute;sica de Buenos Aires. En una historia de poco m&aacute;s de 100 a&ntilde;os, nuestro Bach.
Pero habl&aacute;bamos sobre Ded&eacute; entonces. A partir de un retrato de Nonino (el marplatense Vicente Piazzolla) apenas advertido detr&aacute;s del entrevistado, arrinconado pero visible. Una pintura de corte realista que result&oacute; la punta del iceberg. No porque el arte de Ded&eacute; se vaya a revelar diez a&ntilde;os despu&eacute;s de su muerte sino porque la conversaci&oacute;n entusiasma al baterista de Escalandrum &ndash;nombre de su ensamble donde se cifran la pasi&oacute;n por la pesca de Astor y el groove del jazz&ndash;, que deja su silla para una peque&ntilde;a visita guiada por los tesoros ocultos de su abuela, la pintora. Entonces aparecen unos rar&iacute;simos retratos de Astor plegado sobre su bandone&oacute;n en el estilo facetado del cubismo y, luego, en el ba&ntilde;o, lo que Daniel cree que es lo mejor de su obra. Los bocetos de esos mismos cuadros, ejecutados en Par&iacute;s mientras Astor estudiaba composici&oacute;n con la legendaria Nadia Boulanger. No se equivoca Pipi: son trazos sigilosos, r&aacute;pidos, propios de una sensibilidad a&eacute;rea. Pero todav&iacute;a hay m&aacute;s. En el palier, frente al ascensor, una pintura geom&eacute;trica en la l&iacute;nea de la abstracci&oacute;n europea de los a&ntilde;os 50. La obra de una artista consumada a la sombra de su c&eacute;lebre pareja, con quien pas&oacute; todo el tiempo posible entre 1942 y 1966.
&ldquo;Desde el d&iacute;a que mi abuelo se fue de su casa no volvi&oacute; a pintar jam&aacute;s. Ni un solo dibujo hizo&rdquo;, confiesa Daniel con una mueca elocuente. Su vida familiar, de todos modos, se volvi&oacute; p&uacute;blica con el documental Los a&ntilde;os del tibur&oacute;n (Daniel Rosenfeld, 2018) que result&oacute; sorprendente aun para &eacute;l, inmerso en la fuga y el misterio. &ldquo;Muchos cuentos de la familia los conoc&iacute;a, pero es muy distinto que todo eso se haya convertido en imagen y de pronto est&aacute;s mirando la pel&iacute;cula de tu propia vida. Todos esos momentos de ellos en Nueva York parecen salidos de un sue&ntilde;o&rdquo;, dice. El nieto repite al abuelo, pero hasta ah&iacute;. Es m&uacute;sico y est&aacute; casado con una artista (la escultora Soledad Petrelli), pero no cree que la mujer con la que cr&iacute;a a sus hijos adolescentes cumpla un rol maternal para &eacute;l, como relata la voz del mismo Astor en una grabaci&oacute;n al abordar la crisis de su primera pareja. &ldquo;Por suerte estos son otros tiempos y esas cosas de familia italiana quedaron atr&aacute;s&rdquo;, asegura. Tambi&eacute;n los diez a&ntilde;os de bronca en que padre y abuelo dejaron de hablarse, justo en su pasaje de la infancia a la adolescencia. &ldquo;Siempre mantuvimos el v&iacute;nculo entre nosotros. No s&eacute; por qu&eacute;, pero mi abuelo me llevaba a todos los recitales que daba en Buenos Aires. Lo ve&iacute;a desde el escenario, muy cerca de los m&uacute;sicos. Ibamos en su auto y lo &uacute;nico que se escuchaba era un casete del show en el Olympia de Par&iacute;s en 1977. Pon&iacute;a eso una y otra vez&rdquo;.
Ning&uacute;n NFT podr&iacute;a cristalizar y monetizar semejante experiencia, &iquest;no? Recorrer Buenos Aires en un auto conducido por Piazzolla en el que suena la m&uacute;sica de uno de sus m&aacute;s aventurados ensambles. Que inventen otra cosa.
El centenario del nacimiento de Astor en 2021 le dio esa dimensi&oacute;n de compositor cl&aacute;sico anticipada por su memorable concierto en el Col&oacute;n que Pipi sigui&oacute; desde el palco presidencial. Treinta a&ntilde;os despu&eacute;s le tocar&iacute;a curar toda la programaci&oacute;n del a&ntilde;o Piazzolla reproduciendo en escena las formaciones por las que Astor pas&oacute; como instrumentista, arreglador y compositor. Tambi&eacute;n hubo lugar, claro, para que Escalandrum diera su versi&oacute;n de Piazzolla sin bandone&oacute;n, una adaptaci&oacute;n de los originales a la s&iacute;ncopa y la libre improvisaci&oacute;n del jazz. La ausencia del bandone&oacute;n es, claro, un se&ntilde;alamiento. Nadie puede ocupar ese lugar. Pero cuando hablamos de m&uacute;sica, el baterista no evoca a su abuelo, sino que habla en presente de su &iacute;dolo, de su m&aacute;s admirado compositor. En una m&uacute;sica como el jazz donde los est&aacute;ndares prevalecen por sobre la composici&oacute;n, Escalandrum ha impuesto los neotangos de Piazzolla. &ldquo;No hay m&uacute;sica que nos guste m&aacute;s, &iquest;Por qu&eacute; no tocarla? Hay otros que hacen Miles Davis y est&aacute; muy bien. Nosotros elegimos hacer m&uacute;sica de Buenos Aires y por eso tocamos Piazzolla&rdquo;.
El annus Piazzolla parece un loop sin fin. Ahora mismo, con el boom de taquilla de Argentina, 1985 se escucha &ldquo;Fuga y Misterio&rdquo; en la cortina de Tiempo Nuevo, el programa de entrevistas pol&iacute;ticas con el que los periodistas Bernardo Neustadt y Mariano Grondona gestionaban los intereses del establishment en la fr&aacute;gil democracia que se hizo fuerte con el coraje c&iacute;vico del &ldquo;Nunca m&aacute;s&rdquo;. La pel&iacute;cula, claro, consagra como m&uacute;sica de &eacute;poca el rock de los 80 (Abuelos, Charly) y aquella cortina queda pegada a la locuci&oacute;n: &ldquo;&hellip;estas empresas a las que les interesa el pa&iacute;s&rdquo;. Lo cierto es que no era f&aacute;cil escuchar a Piazzolla en la radio en los 80 y que ese programa que se ve&iacute;a m&aacute;s de lo que se dice (o de lo que se debe decir) era una puerta abierta para entrar en la dimensi&oacute;n de su m&uacute;sica. Daniel, claro, tiene una versi&oacute;n dom&eacute;stica, puertas adentro. &ldquo;Con esa cortina Piazzolla vivi&oacute; c&oacute;modamente mucho tiempo. No era alguien que vendiera discos y los derechos de la m&uacute;sica en la televisi&oacute;n se pagaban muy bien&rdquo;. Acaso algo de esas regal&iacute;as fueron a parar a ese sobre con cambio chico que Astor le dio a Daniel para que se comprara su primera bater&iacute;a (&ldquo;una Pearl negra&rdquo;, le brilla la mirada al nombrarla) y se decidiera a ser m&uacute;sico y el mejor guardi&aacute;n de su legado.
Fotograf&iacute;as: Germ&aacute;n Romani.

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