Selva Almada presenta "No es un río", su nueva novela.

Alguna vez, la llegada de <a href="http://www.mardulceeditora.com.ar/ampliar_autor.php?id=10">Selva Almada</a> al &ldquo;circuito grande&rdquo; de la literatura (ese que crece por fuera de los talleres literarios donde suele darse el primer aviso de una voz nueva por leer) fue celebrada como &ldquo;el acontecimiento del a&ntilde;o&rdquo;. Fue cuando El viento que arrasa (Mardulce, 2012) se tradujo al ingl&eacute;s, gan&oacute; el First Book Prize en la <a href="http://www.el-libro.org.ar">Feria Internacional del Libro</a> de Edimburgo y comenz&oacute; a deslumbrar a gente que podr&iacute;a saber poco y nada del Chaco y su sol abrasador pero igual entendi&oacute; que en esas p&aacute;ginas llegadas desde el fin del mundo hab&iacute;a algo demasiado humano como para necesitar traducci&oacute;n. Luego, con Ladrilleros, la escritora entrerriana que alguna vez so&ntilde;&oacute; con ser periodista volvi&oacute; a deslumbrar con su capacidad para hacer brotar universos enteros de la nada. Esa vez le bastaron un duelo, un amor entre varones y una vieja rivalidad pueblerina para sacar a la luz lo que suele estar ah&iacute; sin llegar nunca a ser dicho. Ahora, con la llegada de No es un r&iacute;o, Almada camina por primera vez en un mundo que ella misma se encarg&oacute; de construir a lo largo de a&ntilde;os. Uno lleno de voces, de palabras y de maneras de decir que cuentan mucho m&aacute;s de lo que dicen.

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La escena de arranque es tan brutal como cierta. Sucedi&oacute; y a la escritora la impact&oacute; tanto que decidi&oacute; usarla como inicio de su nueva novela: dos hombres (Enero Rey y El Negro) llevan a pescar a Tilo, el hijo adolescente de un amigo ahogado en el rio. Pescan (cazan, en realidad) una mantarraya de esas que viven pegadas al lecho barroso. Son noventa kilos de carne que (por pereza o por soberbia) extienden y dejan pudrir al sol. Esa peque&ntilde;a escena de crueldad y desperdicio &ndash;otra forma de la crueldad&ndash;&nbsp;provoca la reacci&oacute;n de la isla. A partir de entonces, no solo los habitantes del lugar se volver&aacute;n hostiles sino que tambi&eacute;n la naturaleza saldr&aacute; en busca de justicia. Se activar&aacute; lo vivo (el monte, el agua, los insectos) y tambi&eacute;n lo otro. Todo lo otro, empezando eso que alguna vez estuvo ah&iacute;&nbsp;y ya no. El alma de la selva encarna en Selva Almada para susurrar una vez m&aacute;s que esos territorios que creemos nuestros nunca nos han sido m&aacute;s ajenos. Ni m&aacute;s hipn&oacute;ticos para recorrer, a pura lengua verde.

Fotograf&iacute;as: Alejandra L&oacute;pez

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