Cala Zabaleta recuerda a su mam&aacute; Alicia Go&ntilde;i con un libro donde rescata sus dibujos, grabados, frases, recortes de tela y hojas pintadas. Dos gotas de arte.

34&deg;35&prime;26&Prime;S&nbsp;54&deg;07&prime;36&Prime;O: La Pedrera, justo ah&iacute;.&nbsp; Han de ser muchos los lugares sobre la Tierra desde donde tomar los hilos para bordar la estela de una artista tan singular como Alicia Go&ntilde;i. Pero es probable que el primer punto para la trama de su itinerario haya que levantarlo aqu&iacute;, en este enclave uruguayo de la costa de Rocha, su lugar en el mundo.&nbsp;
Estoy a metros de su casa-taller: La bolada, con b larga que no es una falta ortogr&aacute;fica sino un giro charr&uacute;a para decir un favor, una gauchada. Adem&aacute;s de gauchita, me dicen, Alicia tambi&eacute;n era volada con v corta, al mejor modo en que se puede serlo: habitante de un mundo propio nutrido de color, de texturas, de aromas, de nidos a medida&hellip; E inclusive de un decir l&uacute;dico, ameno en las contracciones o el invento de palabras. Todo en ella era particular.&nbsp;
Que el pedido de esta nota llegue justo al epicentro geoamoroso de Alicia no es una feliz o curiosa coincidencia, tambi&eacute;n me dicen. Y ya lo creo: desde los 90 la imagen c&aacute;lida de una joven sonriente con quien conversaba en Cat Ballou, cuando Palermo apenas se llamaba Viejo y no hab&iacute;a a&uacute;n locales sobre la plaza de Costa Rica ni en ninguna cuadra, me refresca el recuerdo de otra presencia. Junto a ella y su socia, a menudo hab&iacute;a una ni&ntilde;a que improvisaba funciones circenses en la tienda inmensa. La recuerdo con rulos y zancos. Aquella ni&ntilde;a era Cala Zavaleta, la hija de Alis -as&iacute;, con s final y acento fon&eacute;tico en la A.&nbsp;
Actriz ahora &ndash;pero desde siempre artista integral al uso de su linaje de mujeres&ndash;, Cala es quien hoy trae a su madre de regreso a este plano para una celebraci&oacute;n especial, a bordo de una edici&oacute;n exquisita y conjunta: Alicia Go&ntilde;i un libro de artista (India Ediciones), que prepar&oacute; con esmero, de la mano del esp&iacute;ritu m&aacute;gico de Alis.

Cala no puede estar m&aacute;s feliz con la obra conjunta, as&iacute; la menciona para destacar la colaboraci&oacute;n de editoras y amigos: un sistema de amor en tomos, cuatro sobres primorosos de tela serigrafiada con obra de Alicia que, bajo t&iacute;tulos de talla exacta, atesoran estas secuencias:
La vie en rose, un escrito de Cala con la historia entre su madre, el museo de La C&aacute;rcova y ella; El cuidador de los colores, con fotograf&iacute;as de Jade S&iacute;vori de la performance que hizo Alis con su compa&ntilde;ero, el artista Mart&iacute;n Arteaga, y con Cala, en La Pedrera; La &uacute;ltima rosa de agosto, una pieza teatral de Cala sobre su madre, y Experiencia Alicia, cartas de madre e hija.
Cala comenz&oacute; a pensarlo en 2016, a poco de la partida f&iacute;sica de su mam&aacute; en agosto de 2015. Pero no sab&iacute;a c&oacute;mo, cu&aacute;ndo, con qui&eacute;n &hellip; Todo estaba all&iacute; vivido, pintado, celebrado y en partes (o en cartas) tambi&eacute;n estaba escrito. Su tiempo en Madrid, dividido entre la actuaci&oacute;n y Parda (un original emprendimiento de mobiliario art&iacute;stico), hizo levar el proyecto durante el suspenso pand&eacute;mico. Y tras dos a&ntilde;os de trabajo a uno y otro lado del oc&eacute;ano, surgi&oacute; bajo el sol de Piscis, el signo de Alis, con una fiesta efervescente, a la medida de ese v&iacute;nculo a prueba del tiempo y del espacio.&nbsp;

&ldquo;El primer paso del proyecto, su inicio, fue en La Pedrera porque ten&iacute;a tooooda la energ&iacute;a de ella y me ayud&oacute; a conectar con mam&aacute;, su universo en el mar y todo eso que nos uni&oacute; mucho. Mi plan era presentar el libro entre Pilar y la Pedre, porque ambos lugares son igual de protagonistas tanto en mi vida y en la de mam&aacute; como en el libro. Pero hab&iacute;a algo en Pilar a nivel metaobra: su casa, que tambi&eacute;n es una obra de arte concebida por Alis, en la que ella trat&oacute; de reproducir su fascinaci&oacute;n por el clima de la C&aacute;rcova, donde estudi&oacute;. En el libro est&aacute;n las r&eacute;plicas de sus cuadros y las fotos de la performance que hicimos juntas en La Pedrera&hellip;&rdquo;, muestra Cala sonriente un tramo de las obras expuestas de Al&iacute;s, desde su chaise longe y acompa&ntilde;ada de sus gatos.&nbsp;
En la Pedrera, Alicia habita a trav&eacute;s de sus amores, sus acciones, sus casas, el relato de sus amigas y amigos, y de la historiograf&iacute;a local: sucesos como la instalaci&oacute;n perform&aacute;tica El cuidador de los colores, que hizo en el Club Social con un dream team en el que Mart&iacute;n Arteaga, su compa&ntilde;ero, cuid&oacute; de la m&uacute;sica. Sea que est&eacute; contando algo de un viaje o de la seriedad con que Alicia se enfrascaba en el trabajo, es lindo c&oacute;mo &eacute;l la evoca en una fusi&oacute;n indeleble de enamoramiento y admiraci&oacute;n: &ldquo;Donde fu&eacute;ramos, todas las personas, de cualquier edad, se enamoraban de Alis aunque no entendieran el idioma, no hab&iacute;a opci&oacute;n: encantaba con su energ&iacute;a, su inter&eacute;s humano&rdquo;, dice.

Este libro nace un poco de mi miedo a olvidar nuestros recuerdos, pero tambi&eacute;n, de la profunda necesidad de expandir tu amor y tu entrega, hacia la vida y hacia el arte, como lo hac&iacute;as vos, simplemente desde el coraz&oacute;n.

Su amigo Javier Angel lo confirma con las fotos y el video de una actividad casi secreta de Alicia: ir a dar clases de dibujo a los hijos de los pescadores de la Laguna de Rocha, a cultivar el arte y el amor por la fauna. &ldquo;Ella ten&iacute;a un ranchito m&aacute;gicamente ambientado con su varita de hada pisciana. En aquellos d&iacute;as, el pueblito era un planeta aparte: flotaba un contacto social esquivo, casi inc&oacute;modo. De a poco ella estableci&oacute; un v&iacute;nculo muy tierno e inspirador con los ni&ntilde;os. Los visitaba todas las semanas, inclusive en el invierno gris y ventoso,&nbsp;para ense&ntilde;arles&nbsp;a pintar aves. En realidad, los alentaba a enamorarse de los colores. Con ellos cre&oacute; una serie de carteles que pon&iacute;an al borde del camino, invitaban a respetar la naturaleza. Era una misi&oacute;n en la que estaba profundamente comprometida&rdquo;.
Lo alado se reitera en conversaciones y recuerdos. Un hada mar&iacute;tima, pienso. Tal como lo muestran las grandes telas que ahora despliega Cala, con una sonrisa tan radiante y complacida por esta visita de su madre como cuando de ni&ntilde;a entraba sonriente y triunfal en zancos a Cat Ballou. &ldquo;Su presencia iluminaba por su belleza y los colores de sus vestidos pero sobre todo por su manera de estar en el mundo, siempre radiante, disfrutando cada&nbsp;momento, encontrando lo bueno de todo, divertida, serena, p&iacute;cara, curiosa, compasiva...&nbsp;una vez cuando mi hija era chica, Alis&nbsp;pas&oacute; por casa y yo no estaba, y como no recordaba su nombre me dijo: &ldquo;Era ella... la mujer sonriente&rdquo;.&nbsp;As&iacute; la recuerdo&rdquo;, dice Maitena Burundarena, una de sus amigas. Martha Bello exalta lo bien elegido de su nombre: &ldquo;Viv&iacute;a en un pa&iacute;s de maravillas. Ten&iacute;a el don de descubrir siempre lo bello, lo asombroso, y lo compart&iacute;a generosamente con todos. Antes de partir nos dej&oacute; a las amigas una carta donde &acute;humildemente&acute; nos ped&iacute;a &acute;alegr&iacute;a, risa, color&acute; cuando la record&aacute;ramos: &acute;salen de mis dedos mil brillantes para todas. Alicia Rosa, flor de loto blanco, as&iacute; me bautizaron&acute;, la firm&oacute;&rdquo;.
Ahora, que el libro se la trajo tan de vuelta, en plena felicidad por haberlo logrado, Cala tambi&eacute;n confiesa que siguen preguntas, temores, un vac&iacute;o&hellip; La puerta rosa (que no solo es un color sino un nombre y una pr&aacute;ctica de cultivo en su genealog&iacute;a de mujeres) est&aacute; abierta. Como el oto&ntilde;o y el invierno en un jard&iacute;n de libertad y est&iacute;mulos, madre e hija remontar&aacute;n en otro acto al origen de un pacto floral y eterno como sus nombres: Cala y Alicia Rosa

Escuela de hadas

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