En Pampa del Indio, un grupo&nbsp;de mujeres qom con la colaboraci&oacute;n de m&eacute;dicas, enfermeras y agr&oacute;nomas logr&oacute; construir una marca con certificaci&oacute;n de origen, respetuosa del ambiente y con toda una cadena de valor 100 % local. Esta es la historia.

Por un cielo hu&eacute;rfano de p&aacute;jaros, las avionetas fumigadoras iban y ven&iacute;an. En primavera y verano, sobre todo, el zumbido de esas aves de hierro lleg&oacute; a volverse un ruido m&aacute;s. Casi una chicharra, solo que m&aacute;s grande y m&aacute;s siniestra porque al paso de cada nave ca&iacute;a del cielo una &ldquo;lluviecita&rdquo;. Pero no de agua sino de alguno de los tantos agrovenenos (atrazina, 2-4-D, cipermetrina, y la lista sigue) que hoy se usan en el campo para cultivarlo todo: desde la yerba hasta el arroz, desde la soja hasta el ma&iacute;z pasando por el algod&oacute;n. El famoso &ldquo;mandiy&uacute;&rdquo; de los guaran&iacute;es, el &ldquo;gualok&rdquo; de los qom. Algod&oacute;n blanco y radiante (o de un marr&oacute;n hermoso, que casi lleg&oacute; a extinguirse) pero &ndash;y desde 1998&ndash; tambi&eacute;n de biocidas que se aplican antes, durante y despu&eacute;s, tanto de la siembra como de la cosecha.&nbsp;
Lelia L&oacute;pez es una vecina de Campo Medina, un paraje rural a 400 kil&oacute;metros al oeste de Resistencia, Chaco. Un paisaje en donde criollos y originarios conviven desde hace d&eacute;cadas y enfrentaron juntos el avance del agronegocio que los arrincon&oacute; en unas pocas hect&aacute;reas primero y luego les contamin&oacute; el aire y el agua. Frente a eso varias personas (desde las enfermeras que atend&iacute;an a los ni&ntilde;os descompuestos tras cada fumigaci&oacute;n hasta las campesinas que ve&iacute;an c&oacute;mo cada planta de su huerta mor&iacute;a al paso de las avionetas) comenzaron a alzar la voz. Lelia &ndash;qom, seria, due&ntilde;a de una desconfianza aprendida a fuerza de atropellos&ndash; vuelve a fruncir la boca cuando recuerda. &ldquo;Yo iba a la salita, contaba lo que pasaba y me dec&iacute;an que era una mentirosa. Que seguro mi hijo hab&iacute;a comido algo y que por eso estaba descompuesto. Me daban una aspirina o algo para la gripe y me mandaban a casa&rdquo;, recuerda.&nbsp;
Ocho denuncias (en la comisar&iacute;a, en la C&aacute;mara de Diputados provincial y en el INADI) y varios a&ntilde;os m&aacute;s tarde, algunas familias de Campo Medina lograron lo que parec&iacute;a imposible: que las grandes empresas vecinas dejaran de fumigar al menos en la zona lindera con las chacras de esas familias. Entonces, reci&eacute;n entonces, pudieron pensar en volver a producir no solo sus alimentos tradicionales (papa, batata, poroto, zapallo y ma&iacute;z: eso que se llama &ldquo;sementera baja&rdquo;) sino tambi&eacute;n el algod&oacute;n &ldquo;que ha sido parte de la econom&iacute;a de las familias campesinas desde siempre&rdquo;, destaca Regino Altamirano, un gaucho alto y delgado que es &ndash;adem&aacute;s&ndash; el presidente de la Asociaci&oacute;n de Peque&ntilde;os Productores de Chaco (APPCH).&nbsp; Sin embargo, hab&iacute;a, todav&iacute;a, un problema: &iquest;c&oacute;mo recuperar la tierra arrasada por el vendaval de agroqu&iacute;micos? Ahora toma la palabra Alejandra G&oacute;mez, una joven abogada chaque&ntilde;a que &ndash;despu&eacute;s de haber acompa&ntilde;ado a las familias en su reclamo contra las fumigaciones&ndash; entendi&oacute; que ese hab&iacute;a sido solamente el principio y decidi&oacute; seguir acompa&ntilde;&aacute;ndolas. Por suerte no estaba sola porque para ese momento integraba la Red de Salud Popular Ram&oacute;n Carrillo. Traducci&oacute;n: la red conformada por m&eacute;dicas, enfermeras y efectores de salud que caminaban el Chaco profundo y conoc&iacute;an de primera mano los mil y un modos en los que la agricultura industrial afectaba la salud de familias y territorios. Quien m&aacute;s, qui&eacute;n menos, todas y todos sab&iacute;an lo central: que ten&iacute;an que volver a producir pero ya sin venenos ni semillas de dise&ntilde;o.&nbsp; &iquest;Por d&oacute;nde empezar? &ldquo;Por la recomposici&oacute;n de los suelos&rdquo;, explica Alejandra. Con ayuda del INTA local y en especial de las ingenieras agr&oacute;nomas que hab&iacute;an conservado las semillas originarias de algod&oacute;n, el sue&ntilde;o comenzaba a hacerse realidad. As&iacute;, las mujeres y familias campesinas de Pampa del Indio &ndash;uno de esos rincones de la provincia en los que el agua y la se&ntilde;al de celular son dos quimeras&ndash; se acercaron a la red de salud para pedir ayuda y consejo;&nbsp; al INTA, capacitaci&oacute;n y germoplasma. Semillas, en definitiva. Hab&iacute;a ah&iacute; un sue&ntilde;o por sembrar.&nbsp;&nbsp;

&ldquo;Le pusimos N&acute;oxonec porque en qom quiere decir tejido y le agregamos lo de &acute;Algod&oacute;n de frontera&acute; porque estamos produciendo hasta donde nos barrieron&rdquo;.

Crecer desde el pie
Pocas familias, poca difusi&oacute;n y muchas expectativas: as&iacute; arrancaron en 2017 con la primera siembra de semillas no transg&eacute;nicas. Para ese entonces, la red de salud popular ya se hab&iacute;a convertido en la Fundaci&oacute;n Ram&oacute;n Carrillo. Se hab&iacute;a comprometido a acompa&ntilde;ar a la gente en el proceso y comprar la producci&oacute;n de un algod&oacute;n todav&iacute;a hipot&eacute;tico sobre el que todo era un interrogante: &iquest;crecer&iacute;a bien? &iquest;C&oacute;mo controlar&iacute;an las plagas sin venenos? &iquest;Y el agua? Porque, como se sabe, el algod&oacute;n (transg&eacute;nico o natural) exige una alquimia perfecta de sol, temperatura y l&iacute;quido, cosa esta &uacute;ltima de la que en Chaco hay poco y nada.&nbsp;
El trabajo en red fue acercando cada respuesta, y de la mano de la agroecolog&iacute;a &ndash;que, entre otras cosas, propone cultivar sin envenenar, sustituyendo el control qu&iacute;mico por el biol&oacute;gico&ndash; descubrieron que las ara&ntilde;as sirven para mantener a raya a unos cuantos insectos y que muchas plantas son excelentes para proteger a los suelos de ese sol tremendo. O que a trav&eacute;s de preparados naturales en base a hojas, ra&iacute;ces, frutos o minerales pod&iacute;an producir sustancias gen&eacute;ricamente llamadas &ldquo;bioinsumos&rdquo; que les permit&iacute;an fertilizar la tierra y controlar pulgones y otros insectos. &ldquo;Le pusimos N&acute;oxonec porque en qom quiere decir tejido y le agregamos lo de &acute;Algod&oacute;n de frontera&acute; porque estamos produciendo hasta donde nos barrieron&rdquo;, detalla Regino.&nbsp;
Otro tema clave, cuenta Alejandra G&oacute;mez, fue el despu&eacute;s. Esto es, todo lo que sigue a la cosecha y que implica tanto el hilado como la elaboraci&oacute;n de los textiles, la venta de esa tela, el dise&ntilde;o y m&aacute;s. La raz&oacute;n: en cada paso del proceso el material puede contaminarse, entrar en contacto con esos mismos qu&iacute;micos que deliberadamente se evitaron en toda la etapa de producci&oacute;n.&nbsp; Por eso este algod&oacute;n salvaje y bello no se ti&ntilde;e con qu&iacute;micos ni se hila en m&aacute;quinas que hayan trabajado con algod&oacute;n transg&eacute;nico y por lo tanto, todo el proceso exige un cuidado extremo.&nbsp;
Lo que se inici&oacute; hace pocos a&ntilde;os y con pocas familias concentradas en Pampa del Indio fue expandi&eacute;ndose hacia otras localidades: Miraflores, Las Palmas, El Asustado&hellip; El gobierno provincial, desde siempre m&aacute;s atento a los grandes latifundios que las nano experiencias, supo del algod&oacute;n de frontera y empez&oacute; a presentarlo en ferias y exposiciones casi como un orgullo de su autor&iacute;a. Con el tiempo, hasta la Agencia Japonesa de Cooperaci&oacute;n Internacional (JICA, seg&uacute;n su sigla en ingl&eacute;s) supo de aquella peque&ntilde;a revoluci&oacute;n chaque&ntilde;a y eligi&oacute; a N&acute;Oxonec para su programa Un pueblo, un producto (One village One product OVOP).&nbsp; Las mujeres y familias que estaban recuperando el cultivo tradicional del algod&oacute;n criollo pudieron hacer algo m&aacute;s que sembrarlo, cuidarlo y cosecharlo, porque gracias a las m&aacute;quinas de coser rosadas regaladas por el gobierno nip&oacute;n pudieron comenzar a transformarlo en prendas, sumando valor agregado local y mejorando de este modo sus ingresos.
Con todo, cada nueva cosecha es una aut&eacute;ntica patriada. Y hoy hay que explicarles a muchas familias que quieren sumarse a la experiencia que la escala es, en este caso, un factor limitante. &ldquo;No hablamos de certificaci&oacute;n org&aacute;nica sino participativa, que me parece una acci&oacute;n colectiva sumamente poderosa porque todos los involucrados son responsables &ldquo;, explica Anabella &ldquo;Colo&rdquo; Oviedo, dise&ntilde;adora textil y parte del colectivo Entretejidas que hace cinco a&ntilde;os hizo una c&aacute;psula con aquel material maravilloso. &ldquo;A m&iacute; siempre me interesaron los textiles m&aacute;s amigables con el planeta y respetuosos con la gente que los produce. Cuando lleg&oacute; esta propuesta me pareci&oacute; grandiosa sobre todo por su trazabilidad&rdquo;, detalla.
En breve, de cara a la primavera, dos nuevos textiles ver&aacute;n la luz. Se llaman Monte y Surco, pero perfectamente podr&iacute;an llamarse Mapa, Red o Encuentro, a juzgar por la cantidad de gente que habita en todos ellos. Las manos invisibles que tejieron la trama. Vean, si no: familias qom de Pampa del Indio multiplicando las semillas, productores de algod&oacute;n de Campo nuevo, el desmote y el hilado hecho en S&aacute;enz Pe&ntilde;a y la tejedur&iacute;a, en Resistencia.&nbsp; Ahora, los nuevos tejidos repiten el milagro de algo que parece una tela aunque es, en realidad, un mapa. O una ins&oacute;lita bandera de dignidad y resistencia, brotada justo ah&iacute; adonde nadie ya la esperaba.

Mapa de la resistencia

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